Despistes


Tal era el ímpetu con que intentaba llegar. Sus uñas empezaron a rascar una pequeña mancha de sangre de mosquito en su pared, y ya no pudieron parar.

Rascó y rascó, cada vez con más fuerza. Se llevó por delante la pintura, y sus uñas apenas sufrieron. La primera capa era la más fácil, apenas le costó esfuerzo.

El yeso fue más duro. Aún así, no se rindió. Siguió y siguió abriéndose camino. El agujero acupaba cada vez una parte más grande de su pared. Se extendía como una mancha. El polvo del yeso echado a perder por sus incansables uñas caía lentamente hasta cubrir el suelo de un pequeño montoncito de sudor, esfuerzo, paciencia, logros.

Ni siquiera el frío y duro tocho hicieron ceder a sus cansadas y sangrientas uñas. Cómo el atleta en un sprint final, sacó fueras de flaqueza y rascó, si cabe, con mayor impetuosidad. Cuándo no pudo soportar más el dolor, el cansancio de sus brazos y sus propios gritos de desesperación, paró de rascar. Se dijo a si misma que descansaría y seguiría al día siguiente.

Y así lo hizo. Sólo que, al regresar al día siguiente al mismo lugar, ni siquiera reparó en que el agujero no estaba. Y sus uñas, intactas, volvieron a rascar una pequeña mancha en la pared...

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