
Queridos lectores...
Tras la huida hacia unas vacaciones tan ansiadas como merecidas, llega la calma que se instaura tras la tormenta y deja lugar para nuevas miradas, nuevos retos, nuevos propósitos y, por supuesto, nuevas reflexiones.
Así pues, mis vacaciones llegaron por fin después de una espera un poco más larga de lo previsto. Y fue así debido a mi tardío pero justo orden a la atención de mis asuntos, lo cual me llevaría a un muy querido contratiempo.
Ya me había perdido una vez el concierto en 3D de Bunbury y no estaba dispuesta a que me volviera a suceder. De modo que, no sin otros contratiempos, me hice con las entradas y allí estuve, en el lugar y el momento adecuados.
Y, amigos, las palabras se quedan cortas. Cortas, seguramente, como el mismo espectáculo que apenas llegó a la hora y media de duración. Cortas por no ser capaz de expresar esa conjunción de tantos artes y artimañas tecnológicas trabajando en un mismo objetivo para llegar, de nuevo, a un público casi tan entregado como en los propios conciertos (cantando y aplaudiendo en el cine tras cada tema interpretado), pues música, cine, fotografía, teatro se suman para crear a través de luces, escenario, atrezzo, vestuario, banda, instrumentos, público, una áurea impecable de armonia escénica dónde sólo Bunbury consigue encajar.
Puesto que una servidora nunca ha considerado a Bunbury como un simple "cantante" (¿no os parece que el término adquiere incluso un tono despectivo y denota vulgaridad?) me fijo en cada expresión de su cara, en cada gesto, en cada baile y en cada pausa larga en sus parpadeos para darme cuenta de lo mucho que es capaz de transmitir haciendo lo que hace. Y en este sentido, las cámaras no merman su capacidad.
Cuida cada detalle y su público se lo agradece. Uno de los detalles que más me sorprendió fue ver sus uñas impecables, sin un resto de esmalte. Este pequeño pero evidente detalle me hizo pensar en un paso más. Un paso más para Bunbury, tan sólo un cambio más de los tantos en su vida, y de tantos que le quedan por experimentar.
¿El vestuario? Decir solamente que me tuvo ganada en cuanto se redujo a mis tres colores básicos y favoritísimos como son el negro, el rojo y el lila. Pero, sí, ese lila eléctrico-oscuro que deja sin sentido. Ese lila cautivador del que ni mi armario ni mi pelo logran escapar. Ese mismo lila utilizó Bunbury para tejerse su vestuario más cabaretero, en un glamouroso y brillante raso de los que sólo él llevaría.
Tanto repertorio como banda, como siempre, sublimes. Siempre es un placer ver actuar a Álvaro Suite y saber que Ramón Gacías está ahí. Incondicional de Jordi Mena desde su etapa con Sau, creo que sobran más comentarios. Para mí el punto álgido fue "El aragonés errante", sin duda. Increíble. Me gusta ver los temas más freaks, y que generalmente no forman parte del set-list, interpretados y reinventados por un nuevo Bunbury y una nueva banda. Es simplemente genial. Cómo contrapunto, he de decir que prescindiría ya de temas cómo "Sí" o "Lady Blue". Tendrán que disculparme por querer ver a un artista de la talla de Bunbury hacer lo que mejor sabe: disfrutar de los temas que elige y que, al final, son aquellos que realmente le apetece tocar.
En fín...
escribo esto una vez digerido y puesto todo en orden porque, no importa cuántas veces vea las estrellas, siempre me dejan deslumbrada unos instantes, hasta que puedo hablar con propiedad.
Felices vacaciones.
Pero lo mejor del concierto sin duda alguna es la compañía, o no !?
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